viernes, 2 de mayo de 2008

¿Las damas primero?



Ante una respuesta de Cotidiano Mujer (Debate Abierto)
Llama la atención la ausencia de debate público sobre los conceptos de “discriminación positiva” y “cuota política”, e incluso sobre la “relectura en clave de género” de todas las manifestaciones sociales y culturales, empezando por el lenguaje.
Si el silencio se debiera a conformidad, sería explicable. Pero no es así. En eso tienen razón las militantes “de género”. Los partidos siguen proponiendo menos candidatas que candidatos, la gente sigue eligiendo más hombres que mujeres como líderes sindicales, y, ciertamente, el Parlamento no vota algunos proyectos de ley que intentan privilegiar a las mujeres.
¿Por qué el discurso “de género” no se discute, si se lo desaprueba en los hechos?
Todos percibimos la inequidad. Algunas personas opinan que es natural o conveniente, pero la mayoría apoyamos la igualdad de posibilidades de las personas para desarrollar sus vidas. Lo vemos deseable y justo, además de ser un proyecto que nuestra cultura intenta construir con esfuerzo desde hace siglos.
¿Por qué, entonces, tanta renuencia y a la vez tanto silencio, o tanto apoyo “de la boca para afuera” a los proyectos y el discurso feminista?
Tal vez se relacione con algunos problemas a los que ese discurso y esos proyectos –en su estado actual– no logran dar respuesta.

DUDAS. La primera duda es si las mujeres se benefician de que algunas mujeres ejerzan poder en “un sistema pensado con criterios y sensibilidad masculinos”. Hay teóricas del feminismo que lo niegan, afirmando que eso legitima un sistema injusto.
Segundo problema: si las diferencias de género son ante todo culturales, el sistema patriarcal –ahora en crisis– al diferenciar los papeles de hombres y mujeres fue también muy duro con los hombres, asignándoles la competencia, la agresividad, la exigencia de ser proveedores y la obligación de reprimir sus sentimientos y temores. Sin embargo, el daño que causa al hombre la mentalidad patriarcal no es estudiado y está ausente del discurso “de género”. ¿Por qué?
Otro problema es el carácter autoritario del concepto “géneros”. Si el género es una construcción social que no se corresponde exactamente con el sexo, ¿qué nos autoriza a pensar que hay sólo dos? De hecho, como sostiene Javier Aguado Abad (“Renta básica y patriarcado”), muchas personas se sienten incómodas en el papel que les reservan los dos géneros dominantes. ¿Qué ocurriría con ellas en un mundo pensado y legislado para esos dos géneros?
Un cuarto problema es la relación con otras formas de opresión o exclusión, la pobreza, la explotación económica, las relaciones de clase, la discriminación por edad o por raza. Las luchas de género están atravesadas por esas contradicciones. Hay mujeres privilegiadas y las hay oprimidas. Sin embargo, eso no suele reflejarse en el discurso feminista. Por otra parte, pocas causas cuentan con los recursos materiales y espacios que se destinan en el mundo a “género” y “mujer”. ¿En qué medida esa centralidad no es funcional al sistema económico, al invisibilizar otras opresiones y reivindicaciones que podrían chocar más directamente con él?
No puedo profundizar aquí en esos aspectos. Voy a concentrarme en una discrepancia con Cotidiano Mujer: la reivindicación de la “cuota política” en Uruguay y su relación con la democracia.

¿TIRAR AL NIÑO JUNTO CON EL AGUA? El crecimiento del poder social femenino es un proceso irreversible. Lo que empezó tímidamente hace un siglo, con la lucha por el sufragio, se volvió imparable por el peso de las mujeres en la economía, como productoras, consumidoras y empresarias, por su mejor educación y su predominio en la matrícula universitaria (como afirma Adriana Marrero) y, por consiguiente, su acceso a puestos de decisión. La mayoría de los jueces, médicos, educadores y estudiantes universitarios son ya mujeres. ¿Cuánto va a tardar eso en convertirse en poder real? Obviamente, muy poco.
La cuestión, entonces, no es si las mujeres van a igualar o superar en oportunidades a los hombres, sino cómo van a hacerlo. ¿Lo harán fortaleciendo la lógica democrática, o apartándose de ella?
La historia de la modernidad occidental está marcada por el desarrollo de la idea de igualdad. Un proceso inconcluso, por el que han ido adquiriendo estatus humano y derechos políticos sectores sociales excluidos: esclavos, obreros, pobres, indios, negros, homosexuales, jóvenes y –claro– mujeres.
La expresión política de la igualdad es la democracia. Por eso la modernidad occidental puede ser leída también como un largo proceso de democratización. Llevó siglos superar la idea de que la participación política debía estar reservada a los nobles, a los ricos, a los cultos, a los hombres, a cierto origen racial. La lógica democrática, por la que los derechos y la voluntad de cada persona valen formalmente igual que los de cualquier otra, no se construyó en un día. Es fruto de una larga lucha contra el sistema feudal y sus estatutos de privilegio, contra el absolutismo y contra las modernas formas de autoritarismo.
Es cierto que hablamos de una igualdad formal, que no asegura el equitativo ejercicio del poder. Pero esa igualdad formal ha sido herramienta para conquistas sustanciales. Por eso los movimientos emancipatorios (pueblo llano, sindicatos obreros, razas discriminadas, opiniones minoritarias, mujeres sufragistas, etcétera) han luchado históricamente contra los estatutos de privilegio, reivindicando la igualdad y la decisión democrática. Olvidarlo es peligroso. Basta pensar en los militares que defienden un estatuto de impunidad aplicable sólo a ellos.
Si la “acción positiva” consistiera en capacitar a las mujeres para la acción política y en aplicar políticas sociales que les facilitaran actuar, estaría muy bien. Otra cosa es modificar el sistema político para lograr un resultado artificial, al que no se llega por procedimientos democráticos.
La “cuotificación” introduce en el sistema político una lógica contrapuesta a la lógica democrática. Reservar cargos para personas de cierto sexo es reintroducir un estatuto de privilegio. Queriendo superar injusticias de hecho, se recrea y se mete por la ventana una injusticia de derecho. Algo así como tirar al niño –o niña– junto con el agua sucia del baño.
Es cierto que las mujeres están subrepresentadas en el Parlamento. También lo están los afrodescendientes, los discapacitados, los homosexuales “asumidos”, las personas que ganan un salario mínimo, los fundamentalistas católicos, los desocupados, los menores de 30 años, los mayores de 80, los testigos de Jehová, los indios, los judíos ortodoxos, los “planchas” y los que descreen en la democracia representativa.
Si el Parlamento debiera asegurar una cuota a cada categoría social que se considere discriminada, la lógica democrática dejaría de existir. Sería sustituida por una lógica estamentaria. El desafío es, justamente, distribuir el poder con más equidad por vías cada vez más democráticas.

MUJERES. Cabe preguntarse si las mujeres realmente quieren ser representadas por parlamentarias mujeres. Si es así, ¿por qué no surge un partido que postule candidatas mujeres? Y si no es así, ¿a quién beneficia la cuota, salvo a algunas militantes que tendrían más chances de acceder a un cargo?
¿Es legítimo romper la lógica democrática exigiendo un estatuto especial, aunque sea por algo que se cree justo? ¿Hacen bien las mujeres activistas en “despegarse” de la tradición igualitaria de los movimientos emancipatorios? ¿Qué hacemos si otras minorías reclaman sus propias cuotas? ¿Las normas electorales deben condicionar la libertad del elector? ¿Existe algún criterio de justicia objetivo, superior a la voluntad mayoritaria, que pueda imponerse de antemano a esa voluntad? ¿Quién determina ese criterio y cómo lo aplica para adjudicar cuotas? ¿Qué impide que mañana otros estamentos invoquen ese apartamiento de la lógica democrática como antecedente para reclamar o conservar privilegios?

(Esta nota responde a una anterior, publicada en la edición del viernes 18 bajo el título de “Sobre ‘género y democracia’” y que aludía a un artículo de Hoenir Sarthou de la semana anterior.)

Brecha, 2 de mayo

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